Retrato de Rodolfo Valentino
Rudolph Valentino. Para entender la enorme figura que era Valentino en los años 20 del siglo XX se suele recurrir a recordar su entierro: todo ocurrió muy rápido, tenía sólo 31 años, era conocido en medio planeta y una fuerte peritonitis acababa con su vida. Alrededor de 100.000 personas se reunieron en las calles de Nueva York para despedir al astro de cine. Algunos seguidores se suicidaron. Pero, ¿quién era Valentino entonces? Era el amante latino por excelencia, en él se materializaban todos los ideales de un símbolo sexual ardiente, romántico y aventurero: Nació en Italia, vivió en París y triunfó en la Meca del cine, era un protagonista exótico y también un excelente bailarín. El caíd (1921), Sangre y arena (1922) y El águila negra (1925) son algunos de los largometrajes que le encumbraron al Olimpo de los dioses. A pesar de sus dos matrimonios, la leyenda cuenta que era homosexual (eso, en realidad, no lo sabía nadie más que él y sus supuestos amantes masculinos) y que aquellas uniones con mujeres eran sólo parte de la campaña para conservar su imagen de gran amante. Su prematura muerte impidió que su rostro envejeciera, su imagen será siempre la de un joven conquistador.
Entierro de Rodolfo Valentino, 24 de agosto de 1926
Retrato de un joven Fritz Lang, antes de perder el ojo derecho (ver nota 1)
Fritz Lang. Dos son las obras que colocan a Lang
entre los mejores directores de la historia del cine: Metrópolis (1927)
y El vampiro de Dusseldorf (1931). Un buen consejo que debería seguir
todo cinéfilo es el de visionar con atención estos dos largometrajes y valorar
el expresionismo como una forma de arte opuesta al impresionismo (escuelas que en el cine tuvieron algunas diferencias con su símiles en la pintura). Un director
de cine recrea un mundo, el suyo es el trabajo de un Dios. El arte de Lang fue
mejor entendido en Alemania, de la que tuvo que huir en 1934 al no coincidir su razón con
la filosofía nazi que llegaba al poder. Después de rodar en Francia, viajó a
los EEUU, donde tardaría en reemprender su carrera y adaptarse al gusto
americano de hacer cine, más comercial y menos artístico, tal vez. A pesar de
esto, rodó dos indiscutibles obras maestras en Hollywood: La mujer del
cuadro (1944) y Secreto tras la puerta (1947), cine negro con un
cierto toque que perturba la psique, en estas cintas no fallan el suspense ni el
drama. En cualquier modo, imágenes de Metrópolis (1927) son como una
ventana a un mundo futuro, a un sueño imposible lleno de poesía y plasticidad:
algo bello y eterno en el recuerdo que conservamos de generación en generación.
Retrato de Greta Garbo
Greta Garbo. La mujer fría. Los dioses la habían
dotado con la gracia de la fotogenia, la cámara la quería, su rostro y sus
gestos quedaban bien en cualquier posición y los espectadores, por
consiguiente, la querían también. Durante mucho tiempo fue la número 1, tal vez
se jugaba ese puesto de divina con Marlene Dietrich, con quien, se dice, habría
tenido una relación amorosa en su primera juventud (la bisexualidad entre
dioses es cosa común en esta mitología como en la de la Antigua Grecia). Su
belleza es clásica y atemporal, fascina a los dos sexos. Recordemos también
que fue una de las pocas estrellas que sobrevivió a la entrada del cine
hablado: Anna Christie (1930) se publicitaba con el mensaje de: ¡Greta
habla!; Ninotchka (1939), con el de ¡Greta sonríe! (era la primera vez)…
Dejó el cine con 36 años y comenzó entonces una vida retirada. Odiaba que la
retrataran según iba cumpliendo años. Para ella, este hecho real que significa
envejecer es mejor llevarlo en la intimidad, no ocultaba sus canas y se vestía
de forma discreta para pasar inadvertida. En la pantalla, su imagen permanece
intocable, imperecedera, una deidad para la eternidad.
En el próximo artículo de Mitología moderna nacida del cine veremos juntos un especial dedicado a los primeros cómicos: Charlie Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Oliver Hardy y Stan Lauren.
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