martes, 19 de febrero de 2013

Mitología moderna nacida en el cine (2)

Hollywood quería entretener con comedias alocadas, profundos melodramas, grandes producciones que hablaban de epopeyas, como Intolerancia (1916), mientras, en el resto del mundo, una multiplicidad de planteamientos se abrían camino: el expresionismo (Alemania, El gabinete del doctor Caligari, 1919), el cine político (Rusia, El acorazado Potemkin, 1925), la exploración de la psicología humana (Francia, Pasión de Juana de Arco, 1928), el realismo social (Alemania, Variété, 1925), un historicismo en forma de reivindicación (que también se realizó en América en películas como El nacimiento de una nación, 1915), el surrealismo (Francia, El perro andaluz, 1929)… Algunos dioses de nuestra mitología moderna  no estaban al margen de estas fuerzas, el genial director Fritz Lang firmaría en Alemania varias obras marcadas por el expresionismo. Greta Garbo, la diosa de la fotogenia, sobresaldría sobre otras muchas en Suecia, tierra de Selma Lagerlöf, en películas como La leyenda de Gösta Berling (1923) y de allí su gélida belleza saltaría a los Estados Unidos. Al margen de todas estas expresiones artísticas estaba Rodolfo Valentino, hoy en día extrañamente olvidado si consideramos que para millones de mujeres era el Apolo de Hollywood, la estrella más grande del imaginario cinematográfico.
 
Retrato de Rodolfo Valentino
Rudolph Valentino. Para entender la enorme figura que era Valentino en los años 20 del siglo XX se suele recurrir a recordar su entierro: todo ocurrió muy rápido, tenía sólo 31 años, era conocido en medio planeta y una fuerte peritonitis acababa con su vida. Alrededor de 100.000 personas se reunieron en las calles de Nueva York para despedir al astro de cine. Algunos seguidores se suicidaron. Pero, ¿quién era Valentino entonces? Era el amante latino por excelencia, en él se materializaban todos los ideales de un símbolo sexual ardiente, romántico y aventurero: Nació en Italia, vivió en París y triunfó en la Meca del cine, era un protagonista exótico y también un excelente bailarín. El caíd (1921), Sangre y arena (1922) y El águila negra (1925) son algunos de los largometrajes que le encumbraron al Olimpo de los dioses. A pesar de sus dos matrimonios, la leyenda cuenta que era homosexual (eso, en realidad, no lo sabía nadie más que él y sus supuestos amantes masculinos) y que aquellas uniones con mujeres eran sólo parte de la campaña para conservar su imagen de gran amante. Su prematura muerte impidió que su rostro envejeciera, su imagen será siempre la de un joven conquistador.

Entierro de Rodolfo Valentino, 24 de agosto de 1926


Retrato de un joven Fritz Lang, antes de perder el ojo derecho (ver nota 1)
Fritz Lang. Dos son las obras que colocan a Lang entre los mejores directores de la historia del cine: Metrópolis (1927) y El vampiro de Dusseldorf (1931). Un buen consejo que debería seguir todo cinéfilo es el de visionar con atención estos dos largometrajes y valorar el expresionismo como una forma de arte opuesta al impresionismo (escuelas que en el cine tuvieron algunas diferencias con su símiles en la pintura). Un director de cine recrea un mundo, el suyo es el trabajo de un Dios. El arte de Lang fue mejor entendido en Alemania, de la que tuvo que huir en 1934 al no coincidir su razón con la filosofía nazi que llegaba al poder. Después de rodar en Francia, viajó a los EEUU, donde tardaría en reemprender su carrera y adaptarse al gusto americano de hacer cine, más comercial y menos artístico, tal vez. A pesar de esto, rodó dos indiscutibles obras maestras en Hollywood: La mujer del cuadro (1944) y Secreto tras la puerta (1947), cine negro con un cierto toque que perturba la psique, en estas cintas no fallan el suspense ni el drama. En cualquier modo, imágenes de Metrópolis (1927) son como una ventana a un mundo futuro, a un sueño imposible lleno de poesía y plasticidad: algo bello y eterno en el recuerdo que conservamos de generación en generación.

 Retrato de Greta Garbo
Greta Garbo. La mujer fría. Los dioses la habían dotado con la gracia de la fotogenia, la cámara la quería, su rostro y sus gestos quedaban bien en cualquier posición y los espectadores, por consiguiente, la querían también. Durante mucho tiempo fue la número 1, tal vez se jugaba ese puesto de divina con Marlene Dietrich, con quien, se dice, habría tenido una relación amorosa en su primera juventud (la bisexualidad entre dioses es cosa común en esta mitología como en la de la Antigua Grecia). Su belleza es clásica y atemporal, fascina a los dos sexos. Recordemos también que fue una de las pocas estrellas que sobrevivió a la entrada del cine hablado: Anna Christie (1930) se publicitaba con el mensaje de: ¡Greta habla!; Ninotchka (1939), con el de ¡Greta sonríe! (era la primera vez)… Dejó el cine con 36 años y comenzó entonces una vida retirada. Odiaba que la retrataran según iba cumpliendo años. Para ella, este hecho real que significa envejecer es mejor llevarlo en la intimidad, no ocultaba sus canas y se vestía de forma discreta para pasar inadvertida. En la pantalla, su imagen permanece intocable, imperecedera, una deidad para la eternidad.
  
(nota 1) El misterio de los ojos de Fritz Lang podría explicarse así: durante la I Guerra Mundial perdió parte de la visión del ojo derecho; otras fuentes cuentan que fue en el rodaje de uno de sus Mabuse (trilogía) cuando sufrió un accidente con el que perdió su ojo. La cuestión es que se colocaba un monóculo en el ojo bueno y, ya de muy mayor, un parche en el ojo malo.


En el próximo artículo de Mitología moderna nacida del cine veremos juntos un especial dedicado a los primeros cómicos: Charlie Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Oliver Hardy y Stan Lauren.

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