viernes, 8 de marzo de 2013

Black Mirror (2011) y el pesimismo como toque final

Había algo en la serie fantástica para la televisión The Twilight Zone (1959-1964), del genial Rod Serling, que infaliblemente me dejaba perturbado en cada episodio, la primera sacudida que significaba la presentación de la trama y el remate final cargado de un pesimismo tremendo, un corte seco a la altura del cogote. ¡Dios Santo! He sentido lo mismo con los dos episodios primeros de la serie británica Black Mirror (2011), escrita y producida por Charlie Brooker y emitida por Channel 4 en el Reino Unido. Yo no podía creer que la imaginativa y la creatividad actuales rozaran un techo tan alto en la crítica a la distopía (presentación de una sociedad no deseada) a la que nos estamos abocando todos. Rodeemos entre todos las gradas de un teatro griego, recuperemos el canto al macho cabrío (la tragoedia) y dediquemos la escena al dios Dioniso, que preside el espectáculo:

Fotograma del primer episodio de Black Mirror: The National Anthem (2011)
De cualquier episodio de Black Mirror es mejor no hablar demasiado, puesto que lo sorprendente viene en su visionado, en la reacción de los que forman parte de la desgraciada antiutopía que se nos muestra, espejo negro de la realidad nuestra. El primer ministro británico tendrá que realizar el acto sexual con una gorrina para evitar que la princesa (imaginada) sea asesinada por su secuestrador. Esta premisa nos acabará hablando de otras cosas más terribles aún: nuestra dependencia a ver espectáculos cada vez más bochornosos. El último fotograma del episodio, en un escenario completamente distinto, es todo un mazazo para el optimismo del espectador adulto.

 Fotograma del segundo episodio de Black Mirror: 15 Million Merits (2011)
A estos tres hijos de 40 padres los he visto yo en otros sitios, por estos lares... Les daba cuatro palos sobre las costillas que se les quitaban las ganas de denigrar a nadie y mucho menos televisar su cochino espectáculo. Un mundo de pantallas de televisión, unas bicicletas sin ruedas y un programa de televisión para tontos de baba que acuden de público tal que avatares, corderos sin voluntad ni decisión. ¿Dónde estás Atenea, diosa que amas la astucia? ¿Por qué no engañas a este hombre para que tenga un final más óptimo para todos y no sólo para él?

Deseo que, como contaba Aristóteles sobre la creación escénica en su Poética, esta mimesis o imitación de hechos y emociones verosímiles, que es la serie Black Mirror, logre el objetivo de una catarsis o purificación de las pasiones del auditorio, de nosotros, pobres consumistas.

Black Mirror es una serie que debemos recomendar, sobre todo a los jóvenes, en cuyas manos está el futuro cercano de esta raza nuestra. Gracias a la página Aula de Filosofía por darme a conocer esta producción televisiva tan ingeniosa.


Gracias también a los volúmenes de Clásicos de la Literatura Universal, de Ediciones Orbis, S.A. 1994. Barcelona. Por ser una magnífica y económica fuente de información a la que acudir en cualquier necesidad cultural relacionada con la literatura y su historia.

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