sábado, 2 de marzo de 2013

Schopenhauer y el amor

Muchas veces me pregunto el porqué de que un hombre medianamente atractivo a la par que algo inteligente, como yo, se haya pasado casi toda la vida sin compañía. No comprendo por qué me cuesta tanto encontrar pareja. Ah, amigo, el maestro Schopenhauer me da la respuesta en su estudio sobre El amor y otras pasiones. Leamos juntos algunos párrafos:

"Antes de juzgarme, que se den cuanta de que el objeto de su amor, o sea, la mujer, a la cual exaltan hoy en madrigales y sonetos, apenas hubiera obtenido de ellos una mirada si hubiese nacido 18 años antes.



Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto.



El amor tiene, pues, por fundamento, un instinto dirigido a la reproducción de la especie.



Ante todo, preciso es considerar que el hombre propende por naturaleza a la inconstancia en el amor, y la mujer a la fidelidad. El amor del hombre disminuye de una manera perceptible a partir del instante en que ha obtenido satisfacción. Parece que cualquier otra mujer tiene más atractivo que la que posee; aspira al cambio.

Por el contrario, el amor de la mujer crece a partir de ese instante. Esto es una consecuencia del objeto de la naturaleza, que se encamina al sostén, y por tanto, al crecimiento más considerable posible de la especie.



En efecto, el hombre con facilidad puede engendrar más de cien hijos en un año, si tiene otras tantas mujeres a su disposición; la mujer, por el contrario, aunque tuviese otros tantos varones a su disposición, no podría dar a luz más que a un hijo al año, salvo los gemelos. Por eso anda el hombre en busca de otras mujeres, al paso que la mujer permanece fiel a un hombre, porque la naturaleza le impele, por instinto y reflexión, a conservar junto a ella a quien debe alimentar y proteger a la futura familia menuda.

De aquí que la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre.



Las mujeres, en general, hacen muy poco caso a la hermosura en el hombre, sobre todo de la del rostro, como si ellas solas se encargasen de trasmitirla al hijo. La fuerza y la valentía del hombre son, sobre todo, las que conquistan su corazón, porque estas cualidades prometen una generación de robustos hijos y parecen asegurarles para lo venidero un proyecto animoso.

De aquí procede que a menudo amen las mujeres a hombres feísimos, pero nunca a hombres afeminados, porque no pueden ellas neutralizar semejante defecto.

La necedad no perjudica para con las mujeres. Con frecuencia causa un efecto desfavorable por su desproporción un talento superior o el genio mismo. Así se ve a menudo a un hombre, necio y grosero, suplantar cerca de las mujeres a un hombre bien formado, ingenioso y amable. Hasta se ven matrimonios por amor entre seres lo más desemejantes posible desde el punto de vista del espíritu; por ejemplo, el hombre brutal, robusto y romo de entendimiento; ella dulce, impresionable, aguda en el pensar, instruida, llena de buen gusto, etc.; o bien el hombre muy sabio, un genio, y ella una gansa.

La razón de esto es que las consideraciones predominantes en el amor no tienen nada de intelectual y se refieren al instinto."


O sea: que no tengo nada que hacer.


Retrato de Arthur Schopenhauer

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