Portada de la novela El embrujo de Shanghai, de Juan Marsé
Lo que estoy dispuesto a hacer ahora constituye un ejercicio
de búsqueda de la verdad, a pesar de que resulte doloroso porque puede herir al
novelista o a sus lectores: criticar negativamente una novela; cosa que, en el
fondo, me duele hacer.
El punto más llamativo de mi lectura de El embrujo de
Shanghai, del escrito Juan Marsé, es que en ningún momento sentí que los
personajes estuvieran en Shanghai. Recuerdo, por ejemplo, que en la novela El
americano impasible, de Graham Greene, siempre vi el ambiente, los
escenarios, los personajes, en ese mundo: estaban respirando el aire de Saigón.
Pero en esta, que se anuncia como: “El embrujo de Shanghai es una
estremecedora fábula sobre los sueños y las derrotas de niños y adultos, asfixiados
todos por el aire gris de un presente desahuciado… Dueño más que nunca de una
extraordinaria fuerza evocadora y de un estilo deslumbrante, pero engastado en
una prosa transparente y a un tiempo hipnótica, Juan Marsé construye aquí lo
que es sin duda una de las obras maestras de las narrativas europeas de finales
del siglo XX.”, que contiene dos historias ligadas entre sí, una ocurre en
la Barcelona de posguerra y la otra en un Shanghai de cartón piedra, no me he
estremecido, luego me han engañado; no he visto la fuerza evocadora ni el
estilo deslumbrante, y se me antoja que
estas frases solamente valen para un Stendhal o un Graham Greene, por nombrar
dos autores de épocas bien distintas. ¿Por qué esa exageración al publicitar
una novela? No lo sé. ¿Una de las obras maestras de las narrativas europeas? No
lo creo. Explicaré mi porqué de toda esta negatividad: el personaje quijotesco, que es el capitán Blay, no tiene más que un episodio reseñable, que se repite inmisericordiosamente,
no ocurre como con el verdadero Quijote, que uno está a la espera de que vuelva
a las suyas, que suelte una gracia a Sancho, que Cervantes no se entretenga con
otras historias paralelas. Aquí eso no sucede, el viejo capitán sólo tiene una
gracia: está obsesionado con que hay un escape de gas y todo va a explotar
algún día. Luego, tampoco es ingenioso en el chiste, no tiene chispa, y la poca
que tiene la repite hasta hartar. El pequeño que le acompaña, Daniel, es tan
bien un engaño, un personaje de mentira, con muy poca atracción para el lector.
Su primer amor es una repetición sosa de todos los primeros amores desengañados
de la literatura impostora, la que promete mucho y da muy poco.
Juan Marsé escribe bien, domina los adjetivos, describe
correctamente los paisajes, pero algo falla, la credibilidad. Julio Verne
tampoco estuvo en China y sus descripciones son de enciclopedia, pero cuela.
Marsé, por el contrario, se estrella en esta sobrevalorada novela.
La adaptación cinematográfica, El embrujo de Shanghai
(2002), de Fernando Trueba (no confundir con aquella encantadora producción de
Hollywood: El embrujo de Shanghai, 1941, con una bella Gene Tierney),
contiene los mismos defectos, a mi entender, que el original de Marsé. La parte
de la historia que ocurre en Oriente no se la cree ni Pepe Pótamo. Lo más destacable en ella son las actuaciones del irrepetible Fernando Fernán Gómez, Eduardo Fernández, que está muy acertado en su personaje, Jorge Sanz, Ariadna Gil, los dos siempre muy profesionales, y los niños Aida Folch y Fernando Tielve, que crean unas interpretaciones de escuela. Lo de Antonio Resines es otro mundo, el hombre lee su guión con una sensibilidad de funcionario impertérrito. Lo curioso es que la cinta tiene momentos lúcidos muy bien rodados, que, si viésemos por separado, nos podrían hacer creer que estamos ante una pieza de buen cine, pero no, en su conjunto, este filme es bastante desigual.
Al final de la historia original, se presume, los personajes
encontrarán la realidad tal y cómo es, y dejará de surtir efecto el embrujo
este que tanto menta el título, pero esto no funciona, pues desde las primera
hora de lectura jamás sentí ese embrujo artificial. Es una obra fallida o yo la he encontrado así. La vehemencia que hay en mi reseña es proporcional al engaño con que se daba publicidad a la novela.
La edición que he leído es la de DEBOLS!LLO. Juan Marsé, 1993. Revisada en 1997 y en 2001. Barcelona, 2004.
______________________________________________________________
Zona de anuncios
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola. Recuerda que todos podemos tener una opinión distinta. No recurras al insulto en tus comentarios o serán eliminados sin tenerlos en cuenta. Procura explicar tu punto de vista sin caer en la descalificación de los que no piensan como tú. Tenemos un cerebro para discurrir y trabajar con las ideas, somos algo más que puños y dientes. Gracias.