Una noche tuve la suerte de grabar la película The seagull (1968), de ese modo la disfruté varias veces. Aquella era otra época, en que la segunda cadena de la televisión española acostumbraba a emitir películas de elevación artística sin mirar a la disminución de audiencia y tampoco pararse en los amiguismos o la salida de material que nadie quiere ver (léase producciones carentes de calidad que encima no tuvieron espectadores en el cine).
La gaviota (1895) es una obra teatral del genial cuentista ruso Chéjov, considerado por muchos, en los que me incluyo, como uno de los mejores escritores de cuentos de la historia. Aquí podíamos decir igualmente que su teatro es de excelente calidad, con personajes de psicología muy desarrollada y una trama realista de tono sentimental.
Hablaré de forma breve de la conmovedora película rodada en 1968 por Sidney Lumet, e interpretada por un elenco magnífico, como muy pocas veces se da en este séptimo arte: James Mason, Vanessa Redgrave, Simone Signoret, Harry Andrews y el admirable David Warner. Que la cinta haya sido un fracaso en taquilla no habla más que de la necedad patente en las audiencias de cualquier época, que desprecian lo que habla de sus sentimientos más profundos: los deseos, la voluntad propia y la incomprensión de nuestras capacidades por los demás.
Otras películas recomendables de Syney Lumet son: 12 hombres sin piedad (1957), Serpico (1973), Network (1976), Veredicto final (1982)...
No quiero alargarme, ahí dejo la recomendación, por si alguien me lee, The seagull (1968), para los que todavía sientan algo.
La escena representa un trozo de parque en la hacienda de SORIN. Al fondo, la ancha alameda que conduce al lago aparece cortada por un estrado provisional dispuesto para una función de aficionados que oculta totalmente la vista de aquel. A la derecha y a la izquierda del estrado se ven arbustos, varias sillas y una mesita.
Escena primera
Acaba de ponerse el sol. En el estrado, detrás del telón, se encuentra IAKOV y algunos MOZOS más. Se oyen toses y golpes; MASCHA y MEDVEDENKO, de vuelta de un paseo, aparecen por la izquierda.
MEDVEDENKO.- ¿Por qué va usted siempre vestida de negro?
MASCHA.- Llevo luto por mi vida. Soy desgraciada.
MEDVEDENKO.- ¿Por qué? (Después de un momento de meditación.) No lo comprendo... Tiene usted salud, y su padre, sin llegar a rico, es hombre acomodado...¡Cuánto más difícil es mi vida que la suya! ¡No gano arriba de veintitrés rublos mensuales; me hacen, además, un descuento de esa cantidad y, sin embargo, no me visto de luto! (Se sientan.)
MASCHA.- ¡El dinero no es todo! ¡También un pobre puede ser feliz!
MEDVEDENKO.- ¡Eso es en teoría, pero en la práctica la realidad es esta: que somos mi madre, dos hermanas, un hermanillo y yo, y que en casa no entra más sueldo que los veintitrés rublos!... ¿Y acaso no hay que comer y beber?... ¿Que comprar té y azúcar?... ¿Pues y el tabaco?... ¡Esa es la cuestión!
MASCHA.- (Fijando los ojos en el estrado.) La función empezará pronto.
MEDVEDENKO.- Sí. Sarechnaia hace de protagonista, y la obra ha sido escrita por Konstantin Gavrilich. ¡Con lo enamorados que están, sus almas se unirán en un común anhelo por reproducir la misma imagen artística!... ¡Para su alma de usted y la mía, en cambio, no hay puntos de contacto!... ¡La quiero, y la tristeza no me deja permanecer en casa! ¡Todos los días hago seis «verstas» a pie al venir aquí, y seis al volver, y no encuentro en usted más que indiferencia! ¡Y se comprende!... ¡No tengo medios económicos, y sí una familia numerosa! ¡Buenas ganas las de casarse con quien no tiene para comer!
MASCHA.- ¡Qué tontería! (Toma rapé.) Su amor me conmueve, solo que... no puedo corresponder a él. Eso es todo. (Tendiéndole la tabaquera.) Sírvase.
MEDVEDENKO.- No me apetece. (Pausa.)
MASCHA.- La atmósfera es sofocante. Esta noche, seguramente, tendremos tormenta... ¡Usted se pasa el tiempo filosofando y hablando de dinero!... ¡Según usted, no existe desgracia mayor que la pobreza..., mientras que a mí, en cambio, me parece mil veces más fácil el tener que ir vestida de harapos y el pedir limosna que!... ¡No!... ¡No iba usted a comprenderlo!
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