Ilustración de Gustave Doré para una edición de 1866 de Paradise Lost
Voy a estudiar hoy algo del poema narrativo
El paraíso
perdido (1667), del escritor británico
John Milton, y ustedes, si me lo
permiten, están invitados. Hay mucho que aprender y poco espacio para hablar de
ello, pero el trabajo es ilusionante. No soy creyente, no soy religioso, y, sin
embargo, he disfrutado mucho con esta epopeya religiosa que representa la
Génesis
de la Biblia de una forma fuertemente armada de elementos fantásticos de
enorme atractivo: el Adversario,
Satanás, tiene un ejército de cientos de miles
de ídolos de frente alargada y mirada siniestra, numerosos son los estandartes que
se mueven tras de él. Al principio de los tiempos, no hay infierno para ir
metiendo a los réprobos, sino que aquel es un lugar de tinieblas llamado
Caos,
donde Satán y los suyos cayeron tras ser expulsados del cielo, allí planean
vengarse de Dios por aquel castigo. Dios es el creador de todo y es, por tanto,
el más poderoso, tal vez algo pagado de sí mismo, egoísta e irascible, pero su
hijo, que aún no tiene nombre, es todo amor, él ama a la humanidad a pesar de
sus pecados.
Para atrapar a los más reticentes lectores, antes de nada,
tengamos una mirada a la arenga de Satán a sus guerreros, que nos recuerda la
de los pueblos oprimidos que se levantan contra las fuerzas poderosas que los
conquistaron (aunque aquí aquella victoria estuvo bien justificada, las fuerzas
del mal nunca lo reconocerán):
“Detiénese allí (Satanás), y llama a sus legiones,
especie de ángeles degenerados, que yacen en espeso montón, como las hojas de
otoño de que están cubiertos los arroyos de Valleumbrosa (…)
¡Príncipes potentados, guerreros, esplendor del cielo que
un día fue vuestro, y que habéis perdido! ¡Qué tal estupor se haya apoderado de
unos espíritus eternos! ¿O es que habéis elegido este sitio después de las
fatigas de la batalla para dar reposo a vuestro valor, porque tan dulce os es
dormir aquí como en los valles del cielo? ¿Habéis jurado acaso adorar al
vencedor en esa actitud humilde? (...)
De cada escuadrón y de cada hueste acuden al punto los
guías y capitanes adonde se hallaba su supremo jefe. Asemejábanse a los dioses
por su estatura y sus formas, superiores a las humanas; príncipes reales;
potestades que en otro tiempo ocupaban sus tronos en el cielo (…)”
Atrapados, pues, continuemos con el estudio. Las letras que
eligió Milton para su poema son algo que para los ingleses forma un nuevo lenguaje,
no es latín, pero tampoco es inglés tradicional del siglo XVII, es una mezcla.
Confiesa el ilustre profesor de literatura inglesa John Sutherland que no podemos
comprenderlo del todo sin atender a una adaptación. Tenemos que leer muchas
líneas antes de saber de qué se nos está hablando, el orden lógico de las
frases está cambiado, no es el lenguaje cotidiano de la época ni tampoco el de
Shakespeare; como en el latín, el verbo toma la rutina de ir al final. Veamos un ejemplo del original:
“Of
Man’s first disobedience, and the fruit
Of that forbidden tree whose mortal taste
Brought death into the World, and all our woe,
With
loss of Eden, till one greater Man
Restore
us, and regain the blissful seat,
Sings,
Heavenly Muse, that, on the secret top
Of Oreb,
or of Sinai, didst inspire
That
shepherd who first taught the chosen seed
In the
beginning how the heavens and earth
Rose out
of Chaos, or, if Sion hill
Delight
thee more, and Siloa’s brook that flowed
Fast by
the oracle of God, I thence
Invoke thy aid to my adventurous song,
That
with no middle flight intends to soar
Above
th’ Aonian mount, while it pursues
Things
unattempted yet in prose or rhyme” (…)
La versión que yo he disfrutado de El
paraíso perdido es una traducción española, no puedo yo luchar con el
entendimiento de un inglés construido como si fuera latín, cosa que incluso los
ingleses encuentran dificultoso, aclaro esto porque si leemos nosotros a Góngora
(de un barroco tremendo, que llaman culteranismo, cargado de unos requiebros complejísimos),
siempre lo encontraremos más complicado que un inglés al leer una traducción
moderna de éste a su idioma.
Pero presentemos a Milton, un hombre sobrecargado de cultura que podía escribir con la misma comodidad en latín como en inglés. Pertenecía a una familia burguesa y fue desheredado por su padre al convertirse al protestantismo. Tuvo tres matrimonios y cuentan que nunca se divorció. Toda su obra está consagrada a la fe y a su educación cristiana. El poeta se había quedado ciego a la edad que planeó su gran obra, la dictó a amanuenses y también algunos amigos suyos le ayudaron (ver nota 1), ¡qué gran virtud la suya, poder escribir de tal forma! (Galdós, nuestro genio, también lo hizo en sus últimos días, tenía para entonces una habilidad esplendorosa para novelar de corrido). Milton padeció terribles dolores de gota en sus últimos años de vida, su muerte ocurrió antes de publicarse la segunda edición de su magna obra, por la que habría recibido un escaso estipendio.
Saltemos ahora allá y acá en este gran poema sin rima y tengamos
pruebas de su delicioso sabor: En unas (tercera parte), resumo, confirma Satán ya en la órbita del Sol (a la
que entró camuflado en un ángel inferior para hablar con Uriel, que rige la esfera) que Dios ha creado una nueva raza, entonces se lanza en vuelo al lugar indicado; los nuevos seres viven en el Paraíso, que es nuestra Tierra primitiva
(recordemos que esto es una fabulosa concepción nuestra, como
la misma Génesis de la Biblia, para mí es sólo buena literatura). En aquel espléndido
paraje, Eva existe para dar compañía a Adán, es bella y no sólo Adán vive por
su amor, también ella es esclava de su belleza; simboliza, pues, a la mujer
nuestra, la mujer que se sabe hermosa y disfruta de ese modo (léase como una
generalización literaria). Un día, engañada por Satanás, que se le apareció en
forma de serpiente, prueba el sabor del árbol de la fruta prohibida. Después,
le dice Eva a Adán:
“Este árbol no es, como nos habían dicho, peligroso por
sus frutos, ni son éstos origen de males
desconocidos; todo lo contrario; producen un divino efecto, abren los ojos a
una nueva luz y se convierten en dioses los que los prueban, como he tenido
ocasión de verlo” (…)
Le contesta después de otras Adán:
“¡Oh, hermoso ser, obra más acabada y perfecta de la creación, criatura en quien Dios apuró
para deleite de los ojos y el pensamiento cuanto hay de santo y divino, de
bueno, de afectuoso y de encantador! ¡Que así te hayas perdido” (…)
Leamos juntos algo del argumento de la octava parte:
“Adán hace algunas preguntas sobre los movimientos
celestes, a las que contesta el Ángel con palabras dudosas, aconsejándole que
procure informarse de cosas más dignas de saberse. Persuádese de ello Adán;
pero deseoso de tener a Rafael más tiempo consigo, le refiere todo lo que
recuerda su memoria desde que fue creado (…)”
Le habla de su soledad, le hace preguntas también, el hombre
quiere saber (apuntemos esto para nuestras vidas). Miremos una respuesta del
ángel:
“Que sea el cielo
el que se mueve, o la tierra, te importa poco, con tal que tus cálculos sean
exactos; lo demás, sabiamente ha hecho el supremo Artífice en encubrirlo tanto
al hombre como al ángel, no divulgando secretos
que son para admirarlos más bien que para escudriñarse. A los que les
gusta de desvanecerse en conjeturas, deja Dios que se pierdan en fútiles cuestiones
sobre la máquina de los cielos, quizá para burlase de sus vanas sutilezas” (…)
Imagino yo que durante muchos siglos esto fue así, porque el
hombre se debatía entre curvas concéntricas, epiciclos, movimientos elípticos
luego, y le costaba mucho dar con la trayectoria cierta de planetas como Marte,
es bueno conjeturar cuando estudiamos, si nos equivocamos, ya vendrá otro a
ocupar su tiempo en corregirnos, es parte de la vida y el trabajo.
Las metáforas y comparaciones de Milton tienen un atractivo
especial a la hora de elegir entrar en su novela, veamos cómo define el tamaño
del líder del infierno, que es monumental:
“Por su parte,
Satanás, alarmado y reuniendo todas sus fuerzas, se eleva grandioso.
Indestructible como el pico Teide o el Atlas, inamovible, su estatura alcanza
el cielo”.
Sin duda, Milton tenía al pico de Tenerife como de los más
altos, si no el más, de nuestro mundo.
Es asombrosa la capacidad de Milton para sobrecogernos con sus descripciones de las situaciones y los personajes que en ellas aparecen. Leamos juntos partes del encuentro de Satán con su hijo, aún no se han reconocido:
“Al ir a acercársele Satán, levantóse el monstruo de su asiento, avanzó presuroso hacia él, y el infierno retembló con sus pasos (...)
Dirígense ambos combatientes un golpe mortal a la cabeza, contando con que no han de tener que repetirlo sus fatales manos, y se provocan con sus miradas; como cuando cargadas con artillería del cielo, avanzan dos nubes lóbregas y mugiendo sobre el mar Caspio, y se colocan frente a frente hasta que un soplo de viento les da señal de romper en medio de los aires el cruel combate. Contémplanse los esforzados campeones con ojos tan sombríos, que al fruncir de sus cejas se oscureció el infierno” (...)
Elocuente, prestemos atención al poder de la frase: al fruncir de sus cejas se oscureció el infierno, quién da más.
Los elementos de la obra son muchos, los más destacados: la
caída del hombre, que no es otra que la desobediencia de Adán y Eva a la
prohibición de Dios (que simboliza probar la manzana, fruto del árbol de la
ciencia, toda una prueba de obediencia) y el levantamiento en armas de Satanás,
que busca vencer a Dios con sus ejércitos de diablos enfrentados a los ángeles
y luego engañar a sus
criaturas, los humanos. Desde luego, creo que las aventuras que narra un libro
moderno, como es El señor de los anillos, de Tolkien, que me habían
dejado bastante frío tras su lectura por lo poco espléndido de su prosa, y
tiene miles de justificados seguidores, son una mínima expresión de lo épico si
lo comparamos con las contenidas en esta visión del Paraíso Perdido, los
lectores modernos, amigos de la descripción de una contienda bien narrada (no me refiero a un libro de estrategia militar), podrían
disfrutar mucho con las de estos ejércitos satánicos enfrentados en distintas batallas con las legiones de ángeles comandadas por Miguel y Gabriel, y, en definitiva, con la
lucha entre el bien y el mal que se narra en este poderosísimo poema.
Me gustaría explicar varias concepciones sobre El Paraíso perdido: una es que la Guerra Civil Inglesa (que ocurrió a mediados del s. XVII) afectó en mucho al trabajo de Milton, esto se refleja en la división que ocurre entre los ídolos del cielo; otra es la idea del poeta de querer justificar el modo de obrar de Dios para con los hombres, que no evita ninguna de las desgracias que los asolan; y la última es la apariencia de la obra en su conjunto: una especie de fusión entre la Biblia y la epopeya homérica.
Hay una imagen (curiosa es la memoria) que me queda ya por años de esta novela, es la del coloso, padre del mal, saltando de planeta en planeta en su viaje de las entrañas del averno hasta las cadenas de oro que sostienen al cielo, aquel trayecto me pareció estar hecho, junto con otros muchos parajes de la obra, para ser representados en imágenes cinematográficas, a ver si un día hay suerte y alguien se atreve.
Nota 1: La creencia de que John Milton dictó la obra a su hija no es más que una idealización romántica, en realidad, el autor mantuvo a su hija en la oscuridad intelectual, como haciendo de Dios, le prohibió probar el fruto del árbol de la ciencia, algo que, a mi entender, es totalmente reprochable.
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Nota personal, un tanto en broma. Hay mujeres de mucha y diversa condición. Las
hay sabias, como Madame Curie; grandes escritoras, como las hermanas Brontë
(muy admiradas por mí); convencidas de su razón (cabezotas), como Margaret Thatcher; en fin,
qué puedo decir yo que ustedes no sepan. No busquen misoginia en
El paraíso
Perdido ni en este artículo, miren en la calle cómo es la mujer joven y
hermosa y distingan si no es una Eva en potencia. Sobre el hombre, mejor no
comentar, un bruto con pulsiones sexuales a todas horas (aunque no todos, gracias a la vida).
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Primero que todo, gracias por el tiempo de haber escrito tan interesante reseña, con explicaciones y alusiones a otros escritores, amplia el campo de lo que se quiere comentar. Pues he leído la obra, una versión extensa de editorial UTEHA, y es como una Teogonía del origen de nuestro mundo. Impresionante la capacidad de narrar hechos bíblicos compaginándolos con temas de mitología; impresionante escatología, que también contribuye a reforzar la creencia en Dios padre. Impresionante como describe el orden en el paraíso, como es la Lex por excelencia, y como es el devenir de la humanidad cuando el arcángel le dice a Adán todo lo que ocurre en el pentateuco. Obra clásica, porque no pierde vigencia.
ResponderEliminarHola Alejandro. Me alegra recibir un comentario de un lector de la obra. Más incluso si es educado y aporta un parecer sobre la misma.
ResponderEliminarGracias por participar.