Había algo en la serie fantástica para la televisión
The Twilight Zone (1959-1964),
del genial
Rod Serling, que infaliblemente me dejaba perturbado en cada episodio, la primera sacudida
que significaba la presentación de la trama y el remate final cargado de un
pesimismo tremendo, un corte seco a la altura del cogote. ¡Dios Santo! He
sentido lo mismo con los dos episodios primeros de la serie británica
Black
Mirror (2011),
escrita y producida por
Charlie Brooker y emitida por
Channel 4 en el
Reino Unido. Yo no podía creer que la imaginativa y la creatividad
actuales rozaran un techo tan alto en la crítica a la
distopía (presentación de
una sociedad no deseada) a la que nos estamos abocando todos. Rodeemos entre
todos las gradas de un teatro griego, recuperemos el canto al macho cabrío (la
tragoedia) y dediquemos la escena al dios
Dioniso, que preside el
espectáculo:
Fotograma del primer episodio de Black Mirror: The National Anthem (2011)
De cualquier episodio de
Black Mirror es mejor no hablar demasiado, puesto
que lo sorprendente viene en su visionado, en la reacción de los que forman
parte de la desgraciada antiutopía que se nos muestra,
espejo negro de la
realidad nuestra. El primer ministro británico tendrá que realizar el acto
sexual con una gorrina para evitar que la princesa (imaginada) sea asesinada
por su secuestrador. Esta premisa nos acabará hablando de otras cosas más
terribles aún: nuestra dependencia a ver espectáculos cada vez más bochornosos.
El último fotograma del episodio, en un escenario completamente distinto, es
todo un mazazo para el optimismo del espectador adulto.
Fotograma del segundo episodio de Black Mirror: 15 Million Merits (2011)
A estos tres hijos de 40 padres los he visto yo en otros sitios, por estos
lares... Les daba cuatro palos sobre las costillas que se les quitaban las
ganas de denigrar a nadie y mucho menos televisar su cochino espectáculo. Un mundo de pantallas de televisión, unas bicicletas sin ruedas y un programa de televisión para tontos de baba que acuden de público tal que avatares, corderos sin voluntad ni decisión.
¿Dónde estás Atenea, diosa que amas la astucia? ¿Por qué no engañas a este
hombre para que tenga un final más óptimo para todos y no sólo para él?
Deseo que, como contaba Aristóteles sobre la creación escénica en su
Poética, esta mimesis o imitación de hechos y emociones verosímiles, que es la serie
Black Mirror, logre el objetivo de una catarsis o purificación de las pasiones del auditorio, de nosotros, pobres consumistas.
Black Mirror es una serie que debemos recomendar, sobre todo a los jóvenes,
en cuyas manos está el futuro cercano de esta raza nuestra. Gracias a la página
Aula de Filosofía por darme a conocer esta producción televisiva tan ingeniosa.
Gracias también a los volúmenes de
Clásicos de la Literatura Universal, de Ediciones Orbis, S.A. 1994. Barcelona. Por ser una magnífica y económica fuente de información a la que acudir en cualquier necesidad cultural relacionada con la literatura y su historia.
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