Doce hombres sin piedad (Twelve angry men en el original) es una obra de arte del cine de los años 50 y de todos los tiempos. Lo es por muchas razones: un guión perfecto, un uso de la cámara a imitar y unas actuaciones magnificas. Este es uno de los largometrajes favoritos de muchos de nosotros, aficionados al cine.
Tenemos que tener en cuenta que esta es la adaptación para la gran pantalla de una obra original de Reginald Rose, primero para la televisión y luego llevada al teatro en 1954. En 1957, Sidney Lumet dirigió esta cinta con mucho acierto. Los movimientos de la cámara y los planos secuencia en que se presenta a los personajes son magistrales.
La mayor parte del metraje nos muestra el interior de la habitación en la que los miembros de un jurado deliberan sobre la posible culpabilidad de un joven acusado de homicidio en primer grado. La vida de ese muchacho está en las manos de estos doce hombres. En principio, casi todos están convencidos de que es culpable, pero uno de ellos, un fabuloso Henry Fonda, tiene varias dudas razonables. Su cometido aquí es intentar convencer a los demás de que no tienen pruebas suficientemente fidedignas de que el chico sea el asesino. Las evidencias están ahí, pero no son tan claras como parecen en un principio.
Todos los actores están excelentes. Lee J. Cobb compone un personaje memorable, es antipático y tiene arranques de violencia, considero la suya entre las interpretaciones más realistas que se hayan hecho jamás en el cine. Henry Fonda es un inmortal del séptimo arte, sin duda.
A mi entender, esta película recibe la máxima puntuación, un 10. Hay que verla. Es todo un estudio de la psicología humana.
Existe una versión para la televisión española interpretada, entre otros, por José Bódalo, Jesús Puente, Manuel Alexandre, Sancho Gracia y José María Rodero. También es muy recomendable.
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