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miércoles, 30 de mayo de 2012

Lovecraft y Dios

Retrato retocado del escritor Lovecraft
A comienzos del siglo XX, el gran siglo de los descubrimientos y la ciencia, todos los avances científicos contribuían a agrandar un temor: el hombre es un ser insignificante, pertenece a una raza perdida en un vasto e inexplorado cosmos. Al escritor Lovecraft le valió esta idea para secundar su ateísmo, que manifestaba desde los 5 años de edad, según presumía. Leamos juntos el comienzo de su cuento La llamada de Cthulhu (1926):

  1 El bajorrelieve de arcilla

No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas. Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando optimismo. Pero no son ellos los que me han dado la fugaz visión de esos dones prohibidos, que me estremecen cuando pienso en ellos, y me enloquecen cuando sueño con ellos. Esa visión, como toda temible visión de la verdad, surgió de una unión casual de elementos diversos; en este caso, el artículo de un viejo periódico y las notas de un profesor ya fallecido. Espero que ningún otro logre llevar a cabo esta unión; yo, por cierto, si vivo, no añadiré voluntariamente un sólo eslabón a tan espantosa cadena. Creo, por otra parte, que el profesor había decidido, también, no revelar lo que sabía, y que si no hubiese muerto repentinamente, hubiera destruido sus notas.”

Nosotros, que nacimos bajo el signo de peligro nuclear, hijos del átomo y bautizados con aguas radioactivas, nos consolamos con las desgracias de los demás, ya sean ocurridas en lejanos lugares del planeta, terremotos o tsunamis que arrasan naciones, como viendo imágenes de otro tiempo: las desconsoladas figuras que sufrieron la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Nos sentimos protegidos por un Dios mientras nada terrible ocurre a nuestros seres queridos.

Es triste que la enciclopedia libre dedique tres cuartas partes de su artículo del insigne escritor Howard Phillips Lovecraft a hablar de su racismo. Producto ese de su cultura y de su tiempo, por qué si no eran tratados cientos de miles de africanos en el nuevo continente tal que fueran animales esclavos del hombre blanco, es que no era toda la sociedad de su época racista.


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Algunas reseñas literarias:

La Odisea, atribuida a Homero:

Vamos a estudiar hoy una de las obras literarias históricamente preferidas por muchos: La Odisea, atribuida convencionalmente a Homero. Se trata de un gran poema épico griego que se estima tiene ya unos 2700 años de antigüedad.


Edipo Rey, de Sófocles:

Esquilo (siglos VI y V a.C.), Sófocles y Eurípides (los dos, siglo V a.C.) son tres de los grandes en la escena teatral de la Antigua Grecia.


Satiricón, de Petronio:

Hoy vamos a estudiar juntos un poco de la que se tiene por muchos como primera novela moderna de Occidente: Satiricón.


Cantar de Mío Cid:

El gran poema épico de los castellanos tiene muchos estudios a sus espaldas, muchos tratados y ensayos, muchos chavales lo han estudiado en las escuelas.


Divina Comedia, de Dante:

El gran poema que hoy estudiamos está escrito en tercetos endecasílabos. Su resumen parece sencillo: cuenta la epopeya del alma humana, su viaje a través del Infierno y del Purgatorio, desde donde accederá a la contemplación del Todopoderoso.


El paraíso perdido, de John Milton:

Voy a estudiar hoy algo del poema narrativo El paraíso perdido (1667), del escritor británico John Milton, y ustedes, si me lo permiten, están invitados.


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