"Antes de juzgarme, que se den cuanta de que el objeto de su amor, o sea, la mujer, a la cual exaltan hoy en madrigales y sonetos, apenas hubiera obtenido de ellos una mirada si hubiese nacido 18 años antes.
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Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto.
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El amor tiene, pues, por fundamento, un instinto dirigido a la reproducción de la especie.
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Ante todo, preciso es considerar que el hombre propende por naturaleza a la inconstancia en el amor, y la mujer a la fidelidad. El amor del hombre disminuye de una manera perceptible a partir del instante en que ha obtenido satisfacción. Parece que cualquier otra mujer tiene más atractivo que la que posee; aspira al cambio.
Por el contrario, el amor de la mujer crece a partir de ese instante. Esto es una consecuencia del objeto de la naturaleza, que se encamina al sostén, y por tanto, al crecimiento más considerable posible de la especie.
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En efecto, el hombre con facilidad puede engendrar más de cien hijos en un año, si tiene otras tantas mujeres a su disposición; la mujer, por el contrario, aunque tuviese otros tantos varones a su disposición, no podría dar a luz más que a un hijo al año, salvo los gemelos. Por eso anda el hombre en busca de otras mujeres, al paso que la mujer permanece fiel a un hombre, porque la naturaleza le impele, por instinto y reflexión, a conservar junto a ella a quien debe alimentar y proteger a la futura familia menuda.
De aquí que la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre.
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Las mujeres, en general, hacen muy poco caso a la hermosura en el hombre, sobre todo de la del rostro, como si ellas solas se encargasen de trasmitirla al hijo. La fuerza y la valentía del hombre son, sobre todo, las que conquistan su corazón, porque estas cualidades prometen una generación de robustos hijos y parecen asegurarles para lo venidero un proyecto animoso.
De aquí procede que a menudo amen las mujeres a hombres feísimos, pero nunca a hombres afeminados, porque no pueden ellas neutralizar semejante defecto.
La necedad no perjudica para con las mujeres. Con frecuencia causa un efecto desfavorable por su desproporción un talento superior o el genio mismo. Así se ve a menudo a un hombre, necio y grosero, suplantar cerca de las mujeres a un hombre bien formado, ingenioso y amable. Hasta se ven matrimonios por amor entre seres lo más desemejantes posible desde el punto de vista del espíritu; por ejemplo, el hombre brutal, robusto y romo de entendimiento; ella dulce, impresionable, aguda en el pensar, instruida, llena de buen gusto, etc.; o bien el hombre muy sabio, un genio, y ella una gansa.
La razón de esto es que las consideraciones predominantes en el amor no tienen nada de intelectual y se refieren al instinto."
O sea: que no tengo nada que hacer.
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