Hubo una vez un canal de un lugar extraño llamado YouTube. En ese sitio habitaba un señor que producía en los demás el mismo efecto que el cloroformo puro. "¿Cómo lo lograba?" Pregunta un avispado lector. Pues bien, el individuo de las largas e interminables reseñas conseguía adormilar a todo aquel que le escuchara con un simple instrumento, al contrario que el encantador que atraía a los niños y a las ratas tras de sí, el flautista de Hamelín, sin atraer a nadie ni a nada, solamente usando su lengua, conseguía el sueño más profundo y placentero en todo aquel que escuchara sus peroratas, aprendidas de memoria el día anterior.
No bastaba más que alguien le preguntara por un asunto distinto, un pequeño afluente de aquel río de palabras torpes, para que el señor cloroformo dudara, y se lanzara de improvisto a soltar una respuesta de su propia cosecha, que resultaba ser una tremenda chorrada, ante la cual el espectador quedaba perplejo, patidifuso, descubriendo que todo en el señor cloroformo es apariencia.
Despertó un día el señor cloroformo, fue a su cuenta de un lugar extraño y oscuro conocido como YouTube, observó que sus últimas reseñas en vídeo apenas llegaban a 59 visualizaciones, y acudió presto a una de sus más serviciales amistades. En aquel instante, pidió impaciente que le ayudara, que volvieran a aparecer muchas visitas en sus vídeos, que él tenía 13.000 suscriptores. Su amigo le respondió: "Pero, Mario, bien sabes que esos son 'bots' que compramos en las rebajas rusas". "¡No es posible, no digas eso, cruel insensato, son personas, todas ellas me adoran! ¡Yo soy el rey de la crítica cinéfila!" "Mario, se dice 'critica cinematográfica', aunque eso es lo de menos. No te fatigues, no pierdas más la cordura. Usaré los servicios de uno de esos sitios en los que se compran comentarios favorables, 'likes' y visitas de 10 segundos, para que tu canal vuelva a ser el de antes". "Eso espero", contestó severamente el señor cloroformo puro. “Entonces, podré continuar en este sueño 'real' de ser querido y admirado por todos, y tú podrás seguir presumiendo de tenerme como amigo, sacando brillo a mis botas, pequeño lacayo”. "Y pensar que me llaman 'ninguno', y eso es lo que terminé siendo", murmuró el pobre infeliz que tenía como "amigo" al señor cloroformo puro, mientras tragaba un nudo de amargura.
Fin del relato de un hombre gris que usó a los demás para trepar en un
lugar extraño y siniestro llamado YouTube, Mario de la Rubia.
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