Comienzo de la novela de Vladimir Nabokov:
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita”…
Pongamos nuestros sentidos en analizar cómo se describe a los personajes en el cine. Lolita tiene que decirnos quién es sólo con mirarla. Sus coletas infantiles, su pompa de chicle en la boca…, pero no hablo sólo de caracterización, Lolita juega con una muñeca y saca la lengua cuando se enfada y quiere hacernos burla, se le hace un bigote de leche después de tomarse un vaso, lleva ortodoncia y también se divierte con ella, ella es menuda, pues la camisa de su padre le queda muy grande..., Lolita, descubriendo que la voz de su falso padre se altera al contemplar su espalda desnuda, le mira con cierta extrañeza que roza la malicia.
El cine cambia las palabras que describen a Lolita por imágenes que nos hablan al mismo tiempo que escuchamos los diálogos o leemos en las expresiones de los actores. No tenemos que imaginar el compungimiento del personaje interpretado por Jeremy Irons, está presente en toda la película.
Obsérvese de qué manera un par de fotogramas con la imagen de un policía y el rostro de Jeremy Irons nos dicen un montón de cosas: su personaje teme que si la ley entra en escena en su vida perderá a Lolita para siempre, se tranquiliza entonces y pide disculpas a los médicos del hospital. Es consciente de que lo que hace está mal visto por la sociedad, teme un castigo.
Lolita (1997) es una película dirigida por Adrian Lyne y protagonizada por Jeremy Irons, Dominique Swain y Melanie Griffith. Existe otra versión de la que se ha hablado mucho más: Lolita (1962), dirigida por Stanley Kubrick.
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