Julio Verne escribía sus novelas con varias enciclopedias sobre la mesa. A menudo descubrimos en su prosa unas descripciones de personajes y paisajes que rozan lo enciclopédico, señalo el retrato que hace de los nativos de un pueblo de Islandia por el que pasan los viajeros que se encaminan a un Viaje al centro de la Tierra (1864), un dibujo casi de postal, colocados con sus vestidos típicos al pie de sus originales viviendas. No sólo el narrador describe de esa forma lo que ve, también los personajes lo hacen, echemos una mirada a la forma de notar la presencia de un ave en La isla misteriosa (1875): “...en efecto, son palomas torcaces o de roca –respondió Harbert–. Las conozco en las dos rayas negras de las alas, en el cuerpo blanco y en el plumaje azul ceniciento…” (el que habla es un adolescente). No es de extrañar que para De la Tierra a la Luna (1865) Verne acertara con el lugar desde donde lanzar un cohete con destino a nuestro satélite, ya se había informado bien en las revistas científicas de la época que se anticipaban con las matemáticas a la evolución tecnológica, incapaz, por entonces, de llevar a cabo un proyecto tan enorme. Julio Verne era un gran aficionado a la lectura científica, se interesaba por todos los avances que se producían en su tiempo, el submarino, por ejemplo, era uno de ellos, un invento que describió en 1869 en 20.000 leguas de viaje submarino, y que Isaac Peral tardaría sólo unos años en desarrollar en condiciones aceptables para la navegación segura; fue en 1889 cuando el ingeniero salvó los problemas que tenían otros aparatos anteriores para la navegación submarina. El problema al que nos enfrentamos al leer una obra como De la Tierra a la Luna es el de sobrellevar con paciencia las pesadas descripciones que presenta Verne para demostrarnos la posibilidad de ese proyecto, el detalle de la preparación resulta tan cargado que muchos abandonan la lectura a mitad de camino. No ocurre esto, por supuesto, con el resto de su obra, que resulta apasionante, cualquiera de sus libros es una aventura descrita minuto a minuto por un genio que nos lleva de nuestro cómodo sillón a viajar por el tiempo hasta playas lejanas de islas perdidas en los océanos. Atendamos a un texto suyo de La isla misteriosa: “… A su vista se extendía la playa de arena, limitada a la derecha de la embocadura por varias líneas de rompientes. Aquellas rocas que sobresalían del agua parecían grupos de anfibios sobre la resaca. Más allá de la zona de escollos, el mar resplandecía bajo los rayos del sol. Al sur, una punta aguda cerraba el horizonte…” Ese sol brillaba sobre las aguas hace más de 140 años, en una época en la que la Tierra era aún un lugar que descubrir. Sí podemos culpar a Verne de que sus personajes carecen de una psicología compleja o que sus relaciones resulten folletinescas, pero tal perjuicio es esquivado por completo en la que, para mí, es su mejor obra: 20.000 leguas de viaje submarino. El capitán Nemo es su personaje más perfecto, más apasionado y que despierta la mayor de las atracciones. Cualquier lector disfrutará con ésta, que puede estar entre las mejores novelas de nuestro tiempo moderno; observen que no hablo solamente de novelas de aventuras, en una colección de literatura que incluya todos los géneros ésta puede entrar orgullosamente, con los hombros extendidos.
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interesante, recién hoy llegué a ver la película,yo esperaba algo mas de esa película, yo tenía 2 blogs,uno de astronomía y otro sobre Jules Verne, me los eliminaron,eran 25.000 entradas en 10 años y casi 2 millones de visitas.
ResponderEliminarHola, Anónimo. Si te refieres a la película de 1954, observa la fecha en la que fue rodada y las limitaciones técnicas de la época, eso es algo muy importante a tener en cuenta, pero los diálogos son buenos y la cinematografía de la cinta es excelente. Sobre tus blogs eliminados, ¿tienes alguna idea de por qué te los eliminaron? Un saludo cordial.
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